Le dije que Dios tiene poder para transformar cualquier circunstancia, para sanarlo de cualquier enfermedad. Creo que su imagen era el retrato perfecto del sufrimiento. Cuando le hablaba de la iglesia se puso a llorar, me dijo que mis palabras lo hacían llorar. Me explicó que padecía de diabetes, estaba a punto de perder la pierna y que ya no podía ver, ni leer el periódico que yo le ofrecía, pero que asistiría a la iglesia.
Hay un dolor dentro de mi corazón por estas personas, estas almas que están perdidas sin tener el mínimo destello de esperanza. Personas que estaban firmes en la iglesia y salieron. Amigas mías que eran obreras y hoy están frías en la fe, y hasta abandonaron el camino que estaban siguiendo.
Deseo ser un instrumento del Espíritu Santo, pero a veces parece que no hay resultado de mi esfuerzo. Sin embargo, no importan las apariencias, estoy segura de que si coloco mi vida para hacer la voluntad de Dios, el Espíritu Santo hará la obra en esos corazones de piedra. Todo lo que hago será una semilla que, a su tiempo, crecerá y dará frutos.