miércoles, 29 de febrero de 2012

Experiencias

Cuando tenemos un encuentro con Dios, nuestro pasado se queda atrás. El diablo intenta usarlo para acusarnos, pero nosotros debemos rechazar todos los pensamientos diabólicos que procurar atarnos e impedirnos de seguir adelante.
Sin embargo, no debemos olvidarnos de todo lo que vivimos, momentos buenos y malos. De ellos aprendimos, crecimos y maduramos. Cuando los recordamos nos enseñan lecciones para no cometer los mismos errores otra vez.
Hoy estaba pensando en una decisión que tomé que fue radical en mi vida. Cuando digo radical me refiero a que fue un parte aguas, un antes y después, muchas otras decisiones derivaron de ella: dejar de trabajar como tecladista en la iglesia.
Para entender el porqué de esa determinación es necesario remontarnos unos años antes. Desde chica tuve el llamado de Dios para el altar, no existe lugar en el mundo donde yo tenga la certeza de que el Señor quiere usarme si no es en el altar, así que, desde joven mi anhelo fue servir al Señor. Cuando me llamaron para trabajar en la iglesia como tecladista no lo dudé, abandoné todo por seguir mi llamado.
Sin embargo, el tiempo pasó, junto con sus luchas, victorias y derrotas. Me equivoqué muchas veces y aprendí de la forma difícil que la obra de Dios es una rosa, pero que tiene espinos y que las heridas que deja son dolorosas. Sin percibirlo aparté mis ojos de Jesús, del llamado para mi vida y comencé a mirar a los hombres.
Cambié mis objetivos espirituales por físicos y la consecuencia fue natural, dejé de trabajar en la iglesia. Quizás no suena tan impresionante, pero para mí fue como si alguien me quitara el aire para respirar, como si fuera un pez tratando de vivir fuera del agua. Al principio fue hasta interesante, tenía tiempo libre para ir a lugares y mi rutina fue más tranquila, pero los días pasaban y una voz me decía suavemente “este no es el lugar donde deberías estar”.
Pasaron vario años, cada vez aquella voz se hacía más fuerte. Se hacía más fuerte cada mañana al despertar, cuando estaba en el trabajo, cuando me iba a dormir… Buscaba tener objetivos no espirituales pero no lo conseguía, es como si mi visión para las cosas de este mundo estuviera cegada, como si mi única visión para el futuro fuera la obra de Dios.
Hasta que comprendí que cuando tenemos un propósito para nuestra vida nada puede impedirlo, sino nosotros mismos. Entendí que aquella oración en la que entregamos nuestra vida al Señor es tan importante que el propio Dios anota el día y la hora y nunca lo olvida, aunque nosotros lo hagamos. Cuando me decidí totalmente a seguir ese llamado, volví a nacer.
Ahora estoy consciente del sacrificio que representa seguir a Jesús, pero no lo cambiaría por nada. No importa si las personas me piensan incompetente, o si intentan hacer cosas para alejarme de mi propósito, ellos no son importantes, sino Jesús quien me llamó y cumplir el propósito para el cual me escogió desde el vientre de mi madre.