miércoles, 26 de enero de 2011

Creciendo

¿Cuántas veces no deseamos volver a ser niños? La niñez es una etapa maravillosa de la vida, donde se disfruta el mundo sin expectativas o incluso las desilusiones son enfrentadas con inocencia. Pero no es el plan de Dios que poseamos una mentalidad infantil toda la vida. Él desea que crezcamos, maduremos, es su anhelo tenernos cerca de su gracia para que todo el mundo pueda ver su reflejo en nosotros.

  No todo el mundo alcanza este grado de madurez. Hay quienes se estancan en una actitud, o una situación en su vida y no avanzan del modo que el Señor desea. Crecer no es fácil, pero es necesario. Cada decisión, todo lo que hacemos en nuestra vida repercute en nuestro futuro. Es importante que uno decida crecer en la presencia de Dios. Dar un basta para las actitudes equivocadas, el pasado que nos persigue y tener la certeza plena de que el Señor tiene un plan maravilloso, no importan las apariencias.

   Crecer duele, pero cuando confiamos en verdad que nuestra vida está en las manos de Dios, cualquier cambio trae bendiciones para nuestra vida. Su voluntad es perfecta, no tiene mancha alguna. Él nunca hará nada para perjudicarnos. Esto es lo que marca la diferencia en la vida de un cristiano. La confianza, de que, aún en medio del dolor, se producirá un fruto maravilloso.

   Crecer toma tiempo, pero el tiempo de Dios no es el nuestro. Para Él un día son mil años, y mil años son un día. Él nos comprende como nadie más podría, nos reprende como un padre y, lo más importante, nos ayuda cuando descubre en el fondo de nuestra alma la sinceridad, la humildad para reconocer que sólo a través de su poder cualquier cambio es posible. No existe nada en este mundo que pueda compararse a Su amor por nosotros. Sólo Él es capaz de tener tanta paciencia.

   Esto es crecer. Lo que nunca debe suceder es que paremos de hacerlo. Nadie es perfecto, siempre existirá algo por aprender. En la Biblia dice que de los niños es el Reino de los Cielos, pues bien, para ellos es natural equivocarse y aprender pues, de alguna forma, están consientes de que están creciendo. Debemos permitir que el Espíritu Santo nos moldeé para que seamos un vaso de honra en las manos del Señor.