miércoles, 6 de julio de 2011

Cuando las fuerzas se agotan...

Corría bajo la lluvia en el último refugio que tenía. El enemigo estaba cerca, pronto lo alcanzaría; la batalla aún no terminaba. El guerrero se preguntaba cuánto más podría resistir, los adversarios lo superaban por mucho. No tenía un ejército de apoyo, estaba a merced de su resistencia para conseguir la victoria, más la duda asaltaba sus pensamientos: "¿Cuánto más podré soportar?".

Las cicatrices aún estaban frescas, la sangre derramada por su cuerpo hubiera impresionado a cualquier doctor. Le dolía caminar, respirar, moverse. Hasta las gotas de lluvia deslizándose sobre su piel le herían cual si fueran latigazos debido a los cortes en sus brazos y piernas. Por un momento pensó quedarse ahí, tenderse bajo la lluvia y dejar que los enemigos acabasen con él. Sería más sencillo, todo terminaría... Pero no.

El guerrero jamás se rendiría. Lucharía hasta el fin. Prefería morir luchando que vivir cien años más como cobarde. Escuchó pasos, gritos de guerra, el enemigo había llegado. Se aferró a su espada, listo para el último embiste y entregó su vida en las manos del único que podía ayudarle. Aquel cuyo poder aventajaba por mucho a sus adversarios pues controlaba todo el Universo.

Desenvainó su espada, los pasos se acercaban. Estaba listo, quizás moriría pero nunca se rendiría ante ellos. Cuando los vio aproximarse levantó sus brazos y percibió que su cuerpo resplandecía con una luz cegadora, miró su espada que ardía con un fuego impetuoso. Corrió hacia ellos con furia, comprendió que la victoria ya estaba en sus manos.

Dios jamás abandona a quien deposita su confianza en Él, en especial durante una batalla.