viernes, 11 de marzo de 2011

Desierto

¿Se imaginan cómo es vivir en un desierto? Caminar por un rumbo solitario, donde la única compañía es la brisa, sin nadie alrededor.  ¿Cómo resistir la soledad? El calor es sofocante durante el día, el frío es intenso durante la noche, no hay descanso para el organismo. Cada día es un nuevo desafío donde la capacidad de supervivencia es probada, pues la propia vida está en riesgo.

   Dice en la Biblia que el Espíritu Santo llevó al Señor Jesús al desierto, ¿por qué? ¿Por qué Dios, quien es Padre, permite que sus hijos atraviesen un lugar tan peligroso? Creo que el motivo es el gran amor que nos tiene, Él sabe que para crecer y madurar debemos depender exclusivamente de Él, no de nuestras fuerzas, capacidades o logros. A veces, cuando todo está bien en nuestra vida olvidamos que somos como niños, que solos nada podemos hacer, y que necesitamos del Señor para cada aspecto de nuestras vidas.

   Es en medio del dolor intenso, de la soledad, de las decepciones, de las amarguras más profundas de nuestra vida, cuando disfrutamos de un verdadero acercamiento a Dios. Es decir, cuando estamos en un pozo de aguas peligrosas, donde cada gota puede representar el fin de nuestra vida, cuando bebemos el agua de la vida.

   También puedo imaginar cómo se ven las estrellas durante la noche en un desierto. ¡Qué grandeza! Un destello maravilloso de la majestad del Señor. Han sido los peores desiertos donde Dios se ha manifestado con mayor fuerza en mi vida. Han sido los momentos más difíciles, pero si fuera necesario los atravesaría nuevamente. Por un instante en la presencia del Señor, cualquier sacrificio es poco.

Quizás ahora estoy luchando contra la soledad de un desierto. Pero sé que no estoy sola. Dios camina conmigo, a cada paso que doy estoy segura de su presencia que me acompaña.