martes, 8 de marzo de 2011

Soledad (2)

Señor, gracias por nunca dejarme sola.

Desde que tengo memoria he tenido que depender de mi misma. Cuando era pequeña, mis padres se divorciaron. Gracias por permitir que mi abuela nos cuidara, mi mamá tenía que trabajar todo el día; salía a las 5 de la mañana y volvía a la medianoche. Gracias por darle fuerzas y valor para luchar por nosotros.

  Me acostumbré a estar sola, era doloroso; extrañaba a mi padre, casi no nos visitaba. Mamá sufrió una fuerte depresión, ella me contó que deseaba morir. Se encerraba en su cuarto por horas y nos dejaba solos, gracias por impedir que cometiera una locura. Yo me refugiaba en los libros. Aún puedo ver a mi abuela leyendo una novela, yo me sentaba junto a ella y devoraba libro tras libro, intentaba huir de mi realidad. Gracias por mis hermanos, juntos disfrutamos mucho nuestra niñez, eramos un equipo contra la adversidad que nos rodeaba, en especial Juan José (mi hermano mayor) quien intentaba cuidarnos todo el tiempo.

   Cuando tenía diez años, mamá conoció la iglesia, poco después tuvo un encuentro con Dios. Yo me tardé algún tiempo más, gracias por permitirme conocerte. Cuando te encontré, por primera vez en mi vida, no me sentí sola, entendí que eres mi amigo, mi maestro, mi Señor y, lo más importante para mí, mi padre. Sí, Tú te preocupas por mi, me guías y orientas, me guardas en la sombra de tus alas.

   Al pasar del tiempo, mamá tuvo que dejar de trabajar, me vi en la necesidad de ayudar a sostenerla económicamente, gracias por abrirme las puertas, a pesar de mi carencia de condiciones para conseguirlo. Mi abuela murió, creo que ese fue el peor dolor que enfrenté en la vida. A partir de ese momento, nadie nos ayudó, ni mi papá, ni mis tíos, mis hermanos se fueron de la casa, sólo eramos Tú y yo. ¿A quién más necesitaba? En los momentos de mayor dolor en mi corazón, siempre has estado a mi lado, nunca me desamaparaste.

   Sin embargo, estos días me ha sido difícil enfrentar la soledad. Ahora bien, no me guío por lo que siento, sino por mi fe. Tú estás conmigo, nada puede cambiar esa verdad. Tú me cuidas, Tú estás pendiente de cada aspecto de mi vida.

   Gracias por permitirme conocerlo, lo trajiste a mis caminos, no sé cómo agradecerlo. Él es la parte extraviada de mi alma, parece que su corazón está ligado al mío por un lazo invisible. Desde que lo conozco nada ha sido igual, cada nuevo amanecer es un regalo sólo por saber que, de alguna forma, él está presente.  Gracias por nunca olvidarme.

   Señor, gracias por nunca dejarme sola.