martes, 15 de febrero de 2011

Brisa

Dios nunca se olvidó de mí. A veces pensé que así había sido, pero Él siempre estuvo presente. Nunca apartó sus ojos de su oveja apartada. No lo merezco, ¿porqué el Señor me ama tanto? ¿Quién soy yo para que Él haya tenido misericordia y me haya rescatado del abismo donde mi alma se encontraba encerrada?

   Cuando menos lo esperaba, su mano se manisfestó poderosa en mi ser. Fui testigo de un milagro extraordinario, fuera de cualquiera de mis expectativas, inesperado. Por amor a quien no lo merecía, Dios se preocupó por mí, nunca se olvidó de  una sierva llena de fallos, pero en cuyo corazón halló el deseo sincero de honrarlo y de vivir conforme a Su voluntad.

  No existen palabras para agradecerle. Lo que ha hecho por mí en este tiempo no tiene un valor, es incomparable. En pocos meses ha transformado mi ser por completo, interior y exteriormente. Voy a luchar con toda mi fe, voy a seguir adelante. Tengo confianza en su dirección, en su guía en esta jornada. Su tiempo, su aprobación, su voluntad es perfecta, estoy feliz de confiar en Él.

   Lo que me dio es como el viento... no lo puedo ver pero está presente, puedo sentirlo como la brisa que acaricia mi rostro al atardecer. Gracias a Dios, quien nunca se olvidó, ni se olvidará de mí.