jueves, 10 de febrero de 2011

María

Hoy estaba meditando sobre la actitud de una joven que revolucionó la historia del mundo por completo. No fue gracias a su gran condición o capacidad, sino a la intención de su corazón (el cual, supongo, deseaba agradar a Dios más que nada en este mundo) y le permitió al Señor usarla como un instrumento en Sus manos.

   Siendo virgen, antes de desposarse, un ángel se le apareció a María y le anunció el plan de Dios para la humanidad, y su humilde papel en ese momento. No consigo imaginar cuáles habrán sido sus pensamientos: ¿sorpresa? ¿miedo? ¿inseguridad? Creo que el Señor la escogió por su carácter y ese corazón entregado a Él. En vez de quejarse, poner excusas o reclamar lo difícil de la circunstancia, aquella joven (después de haber expresado su asombro) simplemente exclamó:

"He aquí la sierva del Señor, hágase conmigo conforme a tu palabra" (Lucas 1:38)

   Estaba arriesgando su futuro, su felicidad, sus sueños... pero ella no puso nada en este mundo sobre la voluntad de Dios. Eso es lo que el Señor espera de aquellos que desean servirlo, Dios desea ocupar el primer lugar en su corazón y en su vida, para tener acceso y libertad de emplear a sus escogidos como instrumentos en Sus manos. Él aguarda que sus siervos tengan esa disposición a pesar de los sacrificios o renuncias, para aceptar Su voluntad y permitir que Él realice su obra en ellos.

   María no tenía una gran preparación académica, no pertenecía a un linaje importante, no era sacerdotisa, ni poseía grandes riquezas, sin embargo, Dios vio en su corazón el resplandor de la pureza y la determinación de agradar al Señor sin importar lo que sucediera con ella. A través de esa actitud de fe y valor, aquella joven desconocida fue el instrumento por el que el propio Señor Jesús se hizo hombre y habitó entre nosotros. Para que Dios pueda hacer su obra en nuestra vida, debemos disponernos a su servicio y permitir que se haga su voluntad y no la nuestra, así Él podrá revolucionar la historia a través de sus siervos.