miércoles, 23 de febrero de 2011

Oración

Por increíble que parezca en los días de hoy, no tengo celular. Estoy segura de que hay personas que no me creerían. El celular se ha vuelto un item tan importante en la sociedad que hay quienes no pueden vivir sin él si quiera unas horas, ¡cuánto más algunos meses!

   Yo era una de esas personas. El año pasado no había un día que pudiera pasar sin hablar por el celular, o al menos traerlo conmigo. Ahora no comprendo dónde estaba la importancia de cargarlo. En realidad pienso que fue una maldición en mi vida... mejor lo explico. Siempre me han dicho que hablo demasiado, soy una persona que le gusta compartir sus ideas, descubrimientos, con los demás. Eso me ha acarreado muchos problemas en mi vida.

   Hablaba demasiado con mis amigas, hablaba demasiados con quienes no eran tan amigos, hablaba demasiado por el celular y entre todo, no hablaba casi con Dios. Estaba tan ocupada contando mis problemas por el celular a quien no podía hacer nada para resolverlos que me olvidaba de hablar con el único que podía dar una solución cierta para mis dilemas, el Señor. El único que en verdad se preocupa por mí, me consuela, me comprende y sólo espera que me acerque hacia Él con el corazón abierto y total sinceridad.

   Desde que me deshice del celular recuperé mucho tiempo que desperdiciaba para pasar en comunión con mi Padre. Hago casi una hora de trayecto hacia el trabajo, pero ahora oro en el camino. Oro en la casa, en el trabajo, en la iglesia. Cada vez que me acerco al Señor sé que su presencia me inunda y nada es demasiado difícil para que Él me ayude. Le entrego mis problemas e inquietudes y, lo más increíble, es que todo lo que hablo en su presencia se soluciona. A veces menospreciamos el poder que hay en nuestra oración.

   Aún soy una persona que habla demasiado, pero ahora ya no lo hago con los demás, sino con mi Señor.